dimecres, de juliol 22, 2009

La diferencia entre las anchoas y los trajes (o los bolsos)

El caso “Gürtel” casi produce candor. Acostumbrados a la corrupción al por mayor, unos simples trajes o bolsos, por bien cortados que estén o muy de lujo que sean, casi no tienen importancia. Sobre todo si, aunque cueste creer, no tenían contrapartida alguna. Pero la democracia tiene elementos molestos: entre ellas, la de exigir que la honradez no sólo sea, sino también que lo parezca.

El PP no es diferente en absoluto al resto de partidos españoles por lo que respecta a la corrupción. Esta afirmación se basa en el hecho de que, tras más de treinta años de democracia, que a un partido no le salga rana un militante es más cuestión de suerte que de virtud. Es la misma suerte que hace que a unos les caiga el mundo encima y que otros, pillados igualmente con las manos en la masa, se libren por un error del juez de instrucción.

Pero si el partido presidido por Rajoy merece algún comentario a parte es porque, desde principios de los años 90, se ha presentado a sí mismo como el azote de la corrupción. Como el único partido en el que no hay corruptos, o si los hay son expulsados de la vida pública de forma fulminante. Como unos cruzados que se personan como acusación particular en cualquier causa por chanchullos varios (siempre que el asunto afecte a otros, claro). Vaya, como el paradigma de la virtud, para que nos entendamos.

Haberse puesto un nivel tan alto obliga mucho. Pero obliga a ser consecuentes, no a negar la realidad y mucho menos a lanzar un discurso incendiario y a cuestionar el Estado y la propia democracia para encubrir las vergüenzas propias. Lamentablemente, esa es también la línea del Partido Popular.

Estas reflexiones podrían ser larguísimas, ya que el tema de mucho da sí. Pero intentaremos centrarnos en dos puntos que nos parecen importantes. Uno es el doble rasero de Rajoy y compañía no sólo hacia fuera, sino dentro de su propia casa, según lo elevado del cargo del imputado. El otro es la curiosa comparativa entre trajes y anchoas y la diatriba sobre regalos institucionales con que algunos dirigentes populares intentan echar tierra sobre el asunto.

Lo de la diferente reacción según los casos no puede ventilarse aludiendo simplemente a que resulta más fácil sacrificar a un mero edil que a un presidente de comunidad autónoma. Tampoco a que ciertas personas con acceso a información sensible puedan irse de la lengua si se las deja caer. No, el auténtco problema es que Rajoy sigue teniendo serios problemas de liderazgo que le impiden (suponiendo que quisiera, que tal vez es mucho suponer) quitar de escena a determinadas vacas sagradas. Es una situación con un altísimo grado de perversidad, ya que quienes le mueven la silla al presidente del PP le atacarán tanto si mantiene en el cargo a los imputados como si fuerza sus dimisiones.

Y sobre las anchoas, hay que decir que sí, que frecuentemente los políticos reciben regalos por el cargo que ocupan. Pero existe una gran diferencia entre un presente de cortesía y el que busca contrapartida. Entre el que entrega otro cargo público y el que entrega una empresa privada. Y esto último, aún el caso de que no contrate con la administración que recibe la dádiva. Ciertamente, la rumbosidad no está tipificada en el Código Penal, pero como decíamos al principio, desde la época de los romanos (inventores de gran parte de las instituciones jurídicas y políticas vigentes), la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino también parecerlo.

El precio de las cosas, aunque parezca un factor accesorio, tiene su peso. Entra incluso dentro del buen gusto que un regalo de cortesía sea poco ostentoso. Entre otras razones, porque se paga con dinero público. A parte otras consideraciones, ¿unas anchoas del Cantábrico, por buena que sea la marca, cuestan más que un bolso de lujo o un traje a medida?

En el peor de los casos, que una empresa que contrata habitualmente con el sector público obsequie a lo grande a cargos institucionales, puede que no constituya delito o que constituya eso tan raro del cohecho impropio, que se salda con una multa menor que algunas de las de tráfico. Pero no hace lo que se dice bonito.