dimarts, de gener 12, 2010

La confianza económica se desconecta de la política

España lleva dos años de crisis económica y, a la vez, dos años de deterioro político. Son fenómenos que han ido en paralelo. Pero, sorprendentemente, mientras la confianza económica se ha recuperado levemente, la confianza en la política se ha desplomado sin mejora alguna en los índices del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Lo mínimo que cabe preguntarse es por qué esta disparidad de datos.

Para nuestra argumentación se necesita una previa. Las cosas no están para tirar cohetes en ningún caso. El índice de confianza económica del CIS oscila entre 0 y 100 y suele estar en 50, 60 como máximo, cuando la economía va viento en popa. En julio de 2007 dicho índice estaba en 46,4 puntos. Tocó fondo en diciembre de 2008, al situarse en 29,4. En diciembre de 2009, se ha recuperado algo y ha llegado a 36,1. También hay que decir que, de los subíndices, se deduce que claramente existe una mejora en las expectativas, que no en la valoración misma de la situación actual, que sigue hundida.

¿Qué significa esta variación? Pues que los españoles olieron de inmediato la crisis en verano de 2007, vieron como la economía se desplomaba y ahora intuyen que el deterioro se frena. Los datos avalan la tesis de que, para la opinión pública, lo peor ya ha pasado y de que viene cierta mejora.

Pero la crisis ha hundido la confianza en la política. El fenómeno comenzó más tarde. En abril de 2008, tras las elecciones generales, el índice estaba en el 46,6, al mismo nivel que el económico en julio de 2007. Pero no ha dejado de caer hasta noviembre de 2009, y solo en diciembre pasado apuntó una levísima corrección.

En resumen: mientras la confianza económica reacciona, la confianza política sigue tocando fondo. Y pese a que las encuestas electorales apuntan a un cambio de ciclo político, la desconfianza afecta casi por igual a Gobierno y oposición. ¿Por qué?

No es difícil responder a esta pregunta en el caso del Gobierno. Zapatero negó la crisis cuando los ciudadanos ya la percibían, y cuando no tuvo más remedio que aceptarla, la minusvaloró. Sería injusto decir que el Gobierno no ha hecho nada, pero sus decisiones no habrán sido entendidas o es que sus mensajes no resultaban convincentes y tranquilizadores. Sumando a ésto los titubeos del PSOE en materia autonómica y en la lucha antiterrorista, resulta que se ha esfumado la confianza en Zapatero.

Por lo que respecta al PP, poco le ayuda, pese a navegar cómodamente en la cresta de la ola demoscópica, su política catastrofista. Se percibe claramente que el PP usa la crisis para desgastar al PSOE, como hizo la pasada legislatura con la negociación con ETA o como hacía y sigue haciendo con la política autonómica.

En realidad, lo que se ha perdido es la confianza en que los dos grandes partidos cooperen contra la crisis. No en vano, en la encuesta del CIS de diciembre último, los consultados señalaban que la desconfianza en la política era el tercer gran problema de España, tras el paro y la economía. Sin embargo, sólo así se explican paradojas como que el PP derrote en los sondeos al PSOE, a la vez que un Zapatero fuertemente devaluado inspire incluso más confianza personal que Rajoy.

El inicio de un nuevo ciclo electoral entre otoño de 2010 y primavera de 2012 no ayuda a un cambio de panorama. Por ello no resulta difícil pronosticar que la confianza en la política seguirá bajo mínimos, aunque puede que experimente ligeras subidas, incluidas las que, pese a la desconexión entre ambos índices, puedan ir uncidas a una mejora de la economía. Tampoco resulta difícil calcular que la abstención bata récords y que por los entresijos de tantos errores se acabará colando un populismo peligroso que acecha en el horizonte, esperando cobrándose el fruto de la falta de altura de miras.