dimarts, de febrer 23, 2010

El dedo erecto de Aznar

Todos podemos tener un mal momento y ceder y a una provocación. Pero de profesionales de la política, aunque se encuentren semiretirados, se espera una mayor templanza que la demostrada por José María Aznar, el otro día en Oviedo.También hay que decir, sin embargo, que el gesto parece plenamente coherente con la forma en que el aludido ha decidido llevar su condición de expresidente.

Quede claro que a nadie le gusta que le llamen asesino, de viva voz o pancarta en ristre. Pero a quienes se dedican a la política les entra el sueldo tragarse esos y parecidos sapos. Podrá decirse que Aznar ya no está en ese negocio. Pero aparte el hecho de que a partir de ciertos niveles, uno no se retira nunca del todo, cabe preguntarse si Aznar se ha jubilado realmente alguna vez, por mucho que se apartara (y voluntariamente, lo que le honra por poco habitual), de la primera línea. Y en todo caso se un expresidente del Gobierno se espera un mínimo de compostura, si no de buenas maneras.

Que Aznar levantara el dedo corazón, en actitud insultante o desafiante, no se justifica en ningún caso, por muy dura que fuera la injuria o falsa la imputación. No es que el expresidente no tenga derecho a ser humano o a equivocarse. Es que debe medir muy bien sus gestos, posiblemente más que si estuviera en el cargo, y no sólo porque perjudique o beneficie, si fuera el caso, a su propio partido.

Un retiro político bien llevado puede rendir frutos al país. Hay ejemplos abundantes de ello. Líderes de donde sea que son mejores expresidentes que presidentes. Es más, la experiencia y los contactos de tales personas son un activo que tenemos derecho a rentabilizar en pro del bien común. Mejor eso, claro, que la alternativa: es decir que los interesados tiren de agenda para hacerse ricos o alguna otra tentación parecida.

En el caso que nos ocupa, hay que decir que el dedo erecto de Oviedo nos extraña relativamente poco. En varias ocasiones, Aznar ha mostrado la peor cara que puede presentar un expresidente. En realidad, se trata de la peor versión del mal perder. Sugerir que tenemos derecho a conducir con las copas de más que queramos no es lo peor, pese a lo malo del asunto. Basta con ver como el interesado ha paseado por medio mundo su resentimiento, sin que le importara lo más mínimo el descrédito y la mala imagen de esa España que dice querer tanto.

Y cada día que pasa queda más claro que la auténtica cara de Aznar es la de esa soberbia autoritaria que caracterizó su segundo mandato, no la que exhibió entre los años 1996 y 2000, forzado por la necesidad de pactos. El corolario de todo ello fue lo ocurrido el 11-M y los días posteriores, que no los atentados mismos.

Un problema añadido es que el Partido Popular es incapaz de silenciar a Aznar, o al menos de imponerle cierta mesura. Huelga decir que tal estado de cosas define un PP atado su pasado reciente y hace que no sea creíbles sus supuestos propósitos de renovación. Otra cosa es que la crisis económica, y la peculiar gestión que está haciendo de ella el actual gobierno socialista, den alas a los conservadores en los sondeos de intención de voto.